El chicle lleva entre nosotros desde hace mucho tiempo. Existía como un producto realizado a partir de la savia de los árboles, y que se mascaba sin tragarlo. Por supuesto no era tan dulce, pero sí muy popular. Los antiguos griegos fabricaban los suyos a partir de la almáciga, resina del árbol Mastiche (del griego mascar); también en América los Mayas habían producido su variante de forma independiente, y los nativos norteamericanos enseñaron a los colonos europeos su chicle fabricado a partir de la resina del abeto. Éste último sería el precursor del chicle industrial que conocemos hoy.